I never have known
Who I’m,
When I mustn´t fall down
I
Dicen que la sangre en mis manos
no existe
Que la vida tiene caminos claros
y atajos
Que entre el follaje no es tu nombre
el susurrado
Que la oscuridad decae; mañana.
¡Ay de mis pies que no caminan,
de las puertas que no cierran
y de mi alma enterrada!
En la hora atroz de la vigilia,
tu fantasma me atormenta
Huir.
Huir de nuevo.
Huir lejos.
Congelar el corazón para que no sienta
clavar las uñas hasta que la sangre
me invada
Soplar sin que las nubes se disipen
y sin evitar
el ojo del huracán.
No lograré escapar
de mi celda.
¡Oh Dios, desencadena mis oídos!
¡el silencio y su canto!
¡Su canto y lo inescrutable!
II
El niño saltarín
de la casa que se incendia
baila entre las llamas
cumpliendo su sentencia.
La niña que te espera
mirando tras la reja
la niña que te mira
la niña es una ciega.
La anciana cuya mano
te pasa por la frente
la anciana es un cadáver
la anciana no te siente.
Los niños que te cantan
riendo atolondrados
se manchan con la sangre
que sale de tus manos.
Las hojas que se caen
y pudren lo que tocan
a todo lo que es verde
gusano lo transforman.
III
Dicen que el pequeño hombre vendado
no me mira
Que mi vuelo de escape desesperado
nunca despega
Que el negro pozo donde caigo
no tiene fondo
¡Déjame gritar!
¡Libera mi habla!
Lenguas de fuego somnolientas son mis lágrimas
quemantes,
sobre surcos antiguos
de dolor.
Sé que la oscuridad me espera, mañana
Que voy hacia ti, inexorable,
cada noche
Que mis pisadas solo siguen la huella
prefijada
Solo quiero evadirme
Evitar la angustia y la desesperación.
Encontrarme al fin, sorprendido,
despierto.
Sigfrido Quiróz
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