jueves, 5 de febrero de 2009

Las Causas


No sé bien por qué tengo la necesidad de escribir. Y digo necesidad con pasión y menosprecio, con una mezcla casi absurda de amor y de odio, de atracción y repulsión, de certeza y duda, de racionalidad y misticismo.
Recuerdo bien que fue en cuarto grado cuando escribí, por primera vez, algo que consideré "potable", y seguramente fue en octubre, porque era sobre el día de la madre. Uno de esos días, mirando mis cuadernos, ella encontró el poema y no pudo contener las lágrimas. Esa fue una de las escasas ocasiones en que la vi llorar y es que esos momentos eran una flor en el pantano que era nuestra vida en esa época. Conservé esa misma hoja por años, y no sé cuando se me perdió. Es de las tantas cosas que he ido dejando en el camino, como un recordatorio permanente de que estoy sólo de paso, que no debo llevar equipaje. Yo me resisto a ese destino y la vida, dictatorialmente, me quita, sencillamente, mis bártulos como si fueran nada. Y tal vez lo sean.

Desde entonces ha habido Oasis y Desiertos, Cielos e Infiernos entre la pluma y yo. Eso no me sorprende, es así en muchos aspectos de la vida. El problema es que jamás he sabido, hasta después de un tiempo, si estaba en el Oasis o en el Desierto, en el Cielo o el Infierno. El dolor, la soledad, la esperanza, el orgullo, la pasión y la ausencia me han acompañado en momentos iguales y en momentos distintos. Quizás sea porque no hay ni Cielo ni Infierno, ni Oasis ni Desierto y es todo, en realidad, un gran espejismo, un gran escenario de actores que improvisan un papel del cual no saben nada y un director al que todos dicen conocer o desconocer íntimamente, pero que tal vez esté ausente (Al menos eso surge, a veces, del guión).

Alguna vez pensé que quizás fuera una bendición tener una manera de evaluar mis contradicciones a través de la escritura (que tal vez no sean diferentes a las de todos los humanos, pero sin duda son más reales al nombrarlas). Pero ahora desconfío en lo que pensaba entonces. Me inclino a creer que es muy doloroso "saber", “darse cuenta”. La ignorancia es un regalo divino que le permite al hombre sobrevivir. Seguramente soy un gran ignorante de cosas que ni siquiera sospecho que ignoro. Y por eso sobrevivo.

Si esta pequeñísima lucidez es a veces tan dolorosa, debo admirar a aquellos que han tenido resplandores superiores y los han sabido manejar. Aunque ¿Quién puede juzgar esto? Verlaine y Rimbaud sonreirían, cómplices, ante mi inocencia. De la misma forma que el sexo se plantea como instinto para preservar a la especie, esta lucidez se plantea ineludible al que la tiene: Es como caerse un pozo profundo y oscuro. Sólo se puede acomodar el cuerpo, sin poder detenerse, sin saber cuánto falta para el fondo ni cuan doloroso será el golpe. Y si bien es probable que nunca se llegue al final, es tal la angustia de caer, que uno anhela llegar aunque eso signifique el fin. Ante tales expectativas, ¿De qué otro modo aceptarían los hombres esta responsabilidad si no les fuera impuesta? Quizás los dioses han cometido errores, pero la ingenuidad no es uno de ellos, ese lo reservan a los humanos. Son entendibles entonces las tendencias suicidas, han pasado por mi mente muchas veces, y sólo la fe y mis hijos las han ahuyentado.

¿Tiene sentido todo esto? ¿Vale la pena consumir la vida buscando justamente su sentido? ¿Es, en algún aspecto, valioso gastar horas de sueño buscando algo inasible? ¿A alguien le importará? ¿Le será útil a alguien?

Queremos explicarnos porque intuimos que somos explicables. En lo más profundo de nuestro ser, algo nos grita una pregunta que no podemos escuchar. Y ese vacío, esa frustración, esa desesperación, nos persigue en cada paso de nuestra vida. Indagamos y buscamos. Cambiamos y aprendemos. Caemos y nos levantamos. Todo en la esperanza de que algo, tal vez fortuito o tal vez planeado desde épocas incontables, abrirá una puerta desconocida y nuestros ojos verán
y se harán las preguntas adecuadas.

Esa puerta. Esa visión. Esas preguntas. Esas probablemente sean, aunque yo las resista, las causas y el objetivo por los cuales escribo. Por las cuales persisto. Por las cuales pregunto. Por las cuales alguien lee esto y, cómplice, sonríe.


Sigfrido Quiróz

1 comentario:

Inma Arrabal dijo...

Lo leemos, tenemos complicidad, sonreímos...y a muchos (sobre todo a mí) me hace reflexionar y pensar que no hay en tu escrito ni una sola palabra que no me hubiese gustado escribir a mí. Me siento totalmente identificada. Espero que no te importe que lo traslade todo a mi blog.
Un abrazo.

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