martes, 24 de marzo de 2009

24 de marzo de 1976

Dicen que tengo lo que se llama "memoria visual". Para aprender siempre tuve que usar distintas letras, resaltadores, subrayados, círculos; hasta el día de hoy recuerdo algunas hojas de la secundaria. Pero para lo que es "días" o "hechos" tengo una memoria muy frágil.
Sin embargo, recuerdo lúcidamente el 24 de marzo de 1976.
Yo tenía 16 años y trabajaba fabricando calzado. Entre mi madre, que había conseguido (al fin) un buen trabajo y yo, habíamos logrado estabilizar bastante bien nuestra inestable, económicamente hablando, familia: ella, mis dos hermanos menores y yo. Atrás habían quedado los días en que me rateaba demasiado seguido del colegio para ir a marchas y diversas actividades políticas. El país todo era un hervidero y yo, siempre tan rebelde y siempre tan contestatario, no iba a quedarme sentado en mi casa a ver cómo pasaba la historia. Fueron tantos y tan persistentes sus ruegos que al final fui dejando todo eso, incluido el colegio, para ponerme a trabajar para salir adelante. Ella me había convencido de acercame más a la iglesia, y le hice caso.
Creo que para ella fue un alivio. Algunos de mis conocidos se escondieron o no estaban más, no se sabía. Siempre dije que en alguna de esas marchas, la vida me dió un guiño: por defender a la chica con la que había ido (esa era el método que usaban para "arrearnos") me agarré primero a empujones y después de quitarle la macana al policía, la emprendì raudo contra él hasta que ella logró salir corriendo y yo atrás de ella... Ese día varios quedaron detenidos y sobre todo FICHADOS, pero yo no. Supongo que no figurar en ninguna lista fue lo que hizo que la historia fuera distinta a la de algunos de mis compañeros.
Obviamente nunca fui peronista, a pesar de estar rodeado de ellos. Acompañé a la vieja a despedir al "general" cuando murió. Fue algo impresionante. Había tristeza en la cara de todos, era conmovedor. A partir de ese día, todo se precipitó y fue entonces cuando ella me empezó a empujar afuera de mis hábitos cotidianos.
Por aquellos años, todos sabían cuándo se acercaba un golpe. Había caras, gestos, susurros en toda la gente del barrio que daban por sobreentendido lo que iba a pasar. Pobres ellos y sus premoniciones. Pobres todos nosotros y nuestras esperanzas.
Ese día, a las 5 de la mañana escuché medio dormido que en el comedor estaba la radio encendida en Radio Colonia (Era la que se escuchaba cuando se quería saber qué pasaba realmente) y la conocida voz con el conocido tono. Mi mamá vino a la cama y me dijo "hoy no vas a trabajar, llegó el golpe, mejor quedate a ver cómo sigue todo". Me levanté y tomé unos mates con ella mientras escuchábamos la radio y el "Comunicado nro 1 de la Junta Militar"...
Mi vieja, lo recuerdo con una claridad que me asusta, me acarició la cabeza y me abrazó.
Yo que sabía.
Hoy, tan lejos y tan cerca, esa caricia tiene una significación dulcísima y atroz a la vez. Pocos meses después ella moriría por un accidente y mi vida entraría en una vorágine alucinadora. Y el único momento que recuerdo así, tan claro, es ese. Siempre lo tomé como el comienzo de un precipicio, como el sueño que antecede a la pesadilla.
Yo no sabía.
Y éramos muchos los que no sabíamos qué estaba pasando, lo monstruoso que se gestaba alrededor, y sin duda muchos aprendimos desde entonces a desconfiar. Hoy leo los diarios, miro los noticieros... pero ya no creo todo tan inocentemente.
Tal vez el gran golpe no fue derrocar un gobierno constitucional, sino abolir de una vez y para siempre, nuestra inocencia.

Sigfrido Quiróz
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