miércoles, 30 de marzo de 2011

UNA ELEGIA - Mirta Rosenberg


En la época de mi madre
las mujeres eran probables
Mi madre se sentaba junto a mi abuela
y las dos eran completamente de carne y hueso.


Yo soy apenas una secuela estable
de aquel exceso de realidad.


Y en la ansiedad del pasado indefinido,
en el aspecto durativo de elegir,
escribo ahora: una elegía.


En la época de mi madre
las mujeres eran perdurables,
completamente hueso y carne.
Mi madre se ponía el collar
de plata y de turquesas
que mi padre le había traído de Suecia
y se sentaba a la mesa como una especie exótica,
para que todo se volviera más grande que la vida,
y cualquier ficción fuera posible.


En la época de mi madre, las mujeres
era un quid: mi madre nos contó
a mi hermano y a mí: "cuando salía de la escuela,
iba a buscar a mi padre al trabajo,
en Santa Fe, y los compañeros le decían es un biscuit,
tu hija es un biscuit, y nunca supe qué querían decir,
qué era un biscuit", un bizcocho estando muy enferma,
una porcelana exquisita todavía para nosotros,
y mi hermano apurándola: "¿Y?"


No sé qué es un biscuit, ¿una especie exótica
algo de todos modos, especial? Igual
andaba delicadamente por la casa, rozando los ochenta
como se roza una herida
con una gasa.


En la época de mi madre
las mujeres eran muy visibles.
Mi madre se  miraba en los espejos
y yo no llegaba a abarcar
su imagen con mis ojos.  Me excedía,
la intuía a lo lejos como algo que se añora.


Como ahora,
una elegía.


A la criatura adorable
fijada en lo remoto de la foto,
que ya a los ocho año parecía
más grande que la vida: te extraño,
aunque no te conocía.  Eso fue antes
que a mí me dieras vida
en un tamaño apenas natural.


Igual,
una elegía.


Y a la otra de la foto que espero
conservar, la mujer bella que sostiene
el libro ante la hija de un año
en el engaño de la lectura:
te quiero por lo que dura, y es suficiente
leer en el presente, aunque se haya apagado
tu estrella.


Por ella,
una elegía.


Ahora soy la fotografía
y vos el líquido revelador.  Tu muerte
me convierte en yo: como una ciencia aplicada
soy la causa y el efecto,
el ensayo y el error, este vacío
de la nada que golpea mi corazón
como cáscara vacía.


Una elegía,
cada vez con más razón.


Mirta Rosenberg.(Rosario, 1951)
Realizó estudios de letras, Vive en Buenos Aires, donde se desempeña como traductora profesional.  Forma parte, desde su fundación, del consejo de dirección de la revista Diario de Poesía.  Es fundadora del sello editorial Bajo la Luna Nueva.  Es asesora de la Casa de la Poesía del Gobierno de Buenos Aires, donde coordinó el ciclo Los traidores, una clínica sobre traducción poética.  Ha recibido la beca Guggenheim de poesía y el Premio Konex de traducción.  Sus libros: Pasajes (1984), Madam (1988), Teoría sentimental (1994), El arte de perder (1998), El árbol de las palabras (2006).

viernes, 25 de marzo de 2011

32 omlaS

Audio de la poesía




¿Quién cuida, Señor,  cuando todo falta?
asfalto mi almohada / duro asfalto
alcohol lado a lado
para dormir el alma
y soportar el yugo del que está arriba


Miedo y tanto miedo
que nado en miedo
y no existe
nada más que miedo


Un banquete de hambre sobre la mesa
hasta hartarme


Horizonte de colores
dicen
para los que ven colores
digo


Siempre estaré aquí
hasta que no esté


Sigfrido Quiróz

lunes, 14 de marzo de 2011

Hay olor a flores




Hay olor a flores por todos lados. Algún dia voy a aprender sus nombres e identificar sus olores, pero no ahora. Estoy apurado.
Las gente sale de sus casas a esta hora como si todo fuera un hormiguero.
Chicos de guardapolvos y uniformes relucientes.
Señoras con caras adormiladas y pelos mojados.
Repaso mis bolsillos para verificar que no olvidé nada, como me pasa muy seguido.
Los burócratas de la oficina dicen que si nos olvidamos algo es porque no ponemos suficiente atención. Yo creo que realmente uno se olvida lo que prefiere no acordarse y hacerlo inconcientemente es un pequeño acto de rebeldía al que no nos animaríamos de otra manera.
Una pequeña y cobarde rebeldía.
Pequeña porque nadie se da cuenta, cobarde porque jamás la reconocería.
Pero es la única rebeldía que me queda, la única que sobrevivió a la marea lenta e imperceptible que terminó convirtiéndome en este pequeño burgués.
No soñé nunca ser esto. No se sueñan los fracasos ni las caídas.
Estas flores que inundan todo con su olor tal vez sepan que un día no serán y que antes dejarán algo de sí para que nazca otra flor.
Pero ninguna flor sueña con floreros o velatorios. Yo tampoco.
La realidad es un montón de no-sueños que son los únicos que se me están cumpliendo.
Van muchos dias que no me pregunto nada, para no escucharme las respuestas.

En el colectivo una nena pasa pidiendo unas monedas y yo la miro. No sé si darle algo, pero mientras pienso ella se va y ya no vuelve.

Una señora discute en voz alta por su celular. Me entero de gran parte de su vida, comparto su intimidad, junto a 40 personas más. En cinco minutos me voy a bajar y no la volveré a ver.

El chofer del colectivo se enoja con alguien y comienza a manejar muy mal. Violentamente. Todos pagamos por su enojo, sin enojarnos. Una especie de parábola del Pastor y su rebaño, pero al revés.

Antes de subir a la oficina me detengo un segundo. De la plaza de la esquina me llega olor a flores.
Hay olor a flores por todos lados.

Sigfrido Quiróz
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